Esta semana entró en vigor la primera semana no lectiva contemplada en el nuevo calendario escolar de Cantabria. Y quizás esta semana es precisamente el cambio más notable de todo el calendario 2016-2017. Unido con el puente del día de Todos Los Santos, los estudiantes acaban encadenando nueve días sin clases.
Los defensores de esta nueva programación del calendario indican que se mantienen los mismos 175 días lectivos de siempre. Explican que el único cambio ha sido un «reordenamiento» de los días libres para dividir el año escolar en cinco bimestres en lugar de tres periodos. Exponen siempre que las vacaciones por navidad, las paralelas a carnaval y las que coinciden con Semana Santa se han mantenido prácticamente igual. Pero que el cambio permite alargar un poco más la jornada al final del curso para evitar que luego los estudiantes tengan unas vacaciones demasiado largas en verano.
Desde el punto de vista académico se habla de que sí hay una rebaja en la tensión del curso, por tener periodos de evaluaciones más cortos. Pero al mismo tiempo se habla de que se incrementan la cantidad de exámenes y la burocracia que ello conlleva, lo que genera aún un mayor malestar para los detractores de las evaluaciones a través de exámenes.
Es verdad que en otros países de Europa existen calendarios académicos como el que estrena en España Cantabria, pero habrá que mirar muy bien los resultados que este cambio pueda generar en favor de nuestros estudiantes. Y habrá que ver también si en efecto será un «parón» de la jornada o si se aprovecharán estos días libres para cargar a los niños de deberes.
Desde el punto de vista político, sería interesante entender cómo lo ven las otras comunidades autónomas. Si el ensayo de Cantabria resulta favorecedor para el aprendizaje ¿el resto de España estaría dispuesta a cambiar su calendario escolar también? Quizás no vaya a ser sencillo, y los indicadores sobre el éxito o fracaso de este modelo de calendario escolar que inicia Cantabria estarán muy en la mira. Pero sí que vale la pena planteárselo, por mantener la coherencia en el sistema educativo a nivel nacional.
Quien más se ha sentido poco (o nada) involucrado en este cambio ha sido el ámbito familiar. Tener una semana no lectiva en noviembre, otra por navidad, otra en febrero y una más en Semana Santa incrementa el ya existente drama de la conciliación de los padres. Porque los niños no tendrán clases, pero los días serán laborables. Y nadie tiene tantas vacaciones al año para compensarlo. Así que los padres tiran de abuelos y familiares para el cuidado de los niños en esas fechas, pero no terminan de estar a gusto con la decisión. Y para quienes no cuenten con el beneficio de la familia cerca, muchos centros educativos abrirán sus puertas esas semanas no lectivas para acoger a los pequeños y darles la posibilidad de realizar actividades dirigidas en estas fechas; el problema está en que la cantidad de plazas abiertas en estos centros quizás resulte insuficiente para todos los que las requieran más allá de que en muchos casos supondrá un gasto adicional para la economía familiar.
Como todo, tiene sus defensores y sus detractores. Sin duda, habrá que ver al menos el primer año de implementación entero para valorar si hay realmente beneficios en el aprendizaje y si merece la pena el cambio. ¿Vosotros cómo lo veis?