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Ciclismo – Deportes para niños

Montar en bicicleta es una actividad tan agradable como completa. Puede hacerse solo o en compañía… incluyendo a mamá, papá o incluso a los bebés en pequeños triciclos. Es una forma estupenda de ejercitarse mientras el nené se conecta con el entorno y disfruta del paisaje.

Lo que más me gusta de este deporte:

  • Favorece el contacto con la naturaleza
  • Fomenta el deporte en familia
  • Propicia el desarrollo psicomotor
  • Promueve el desarrollo del equilibrio y la coordinación de diferentes partes del cuerpo

Algunos tips de seguridad para practicar el deporte:

  • Utilizar siempre el casco. Es muy importante proteger la cabeza de posibles golpes y caídas. Vale recordar que con la bicicleta se pueden lograr velocidades considerables, por lo que es muy importante estar adecuadamente protegido para evitar las contusiones por caídas.
  • Usar el calzado adecuado. Es importante utilizar zapatillas que no deslicen del pedal o se puedan quedar trancadas en el mecanismo.
  • Vestir ropa cómoda, preferiblemente sin flecos o adornos que pedan enredarse con el mecanismo de la bicicleta.

Algunos tips para los padres:

  • Anima mucho salir de paseo. A mis hijos les encanta ir a recorrer parques en bici. Incluso, les encanta ir en la bici para acompañarme a hacer diligencias rápidas que puedo hacer con ellos a pie.
  • Emociona mucho a los peques ver a los padres montar en bicicleta. Los más pequeños van soñando cuando puedan conducir sin rueditas de apoyo.
  • A las nenas les hace ilusión tener una sillita en la parte de atrás en donde puedan llevar al paseo a sus muñecas favoritas. Y si llevan una cesta en la parte de adelante, más felices aún.
  • Tanto a nenas como a nenés les encanta tener una bocina en la bicicleta. Así pueden ir avisando a todos que van a pasar.
  • Es útil comprar bicis en las que pueda irse ajustando la silla. Como crecen tan rápido los niños, esta es una forma de prolongar la vida útil de la bicicleta. Cuando hay hermanos niñas y niños, conviene comprarla de colores neutros y luego personalizarla con accesorios, para poder “heredarla” de unos a otros.
  • Es conveniente vestirles con ropa que les proteja las más zonas expuestas. A veces puede resbalar el pie y la pierna encontrarse con el pedal… para evitar raspones por ello puede resultar más útil usar chandal o leggings en vez del short, por ejemplo.

¿Cómo escoger la pañalera?

Screen Shot 2014-10-02 at 10.49.39Cuando estaba por nacer mi primer nené, escuchaba (¡y solicitaba!) cuanta recomendación de productos me ofrecían mis amigas que ya habían sido mamás. Cuando pregunté por consejos sobre la pañalera “Escógela que sea lavable en la lavadora” es lo que me decía la mayoría. “Que sea espaciosa y se pueda cerrar, porque no tienes idea de cuánta cosa querrás llevar ahí” me repitieron sabiamente. “Si luego quieres otro nené, no la escojas rosa o azul, sino un color neutro para que te pueda volver a servir” coincidían quienes sabían que yo quería dos bebés lo más seguidos posible.

Todos esos comentarios fueron muy útiles, los agradecí enormemente y volverían a estar en mi criterio para la selección de una pañalera. Lo que obtuve por mera suerte (porque no formó parte de mi criterio de selección) y hoy quiero compartir es “Fíjate que tenga esas asas a ambos lados que te permiten que puedas colgarla del carrito del bebé con facilidad”. Confieso que nos tomó un tiempo a mi esposo y a mí entender para qué estaban ahí, y lo descubrimos en un parque cuando vimos a otros padres cómo colgaban su pañalera. Muy útil, porque si debes hacerlo del colgador habitual que usas para tu hombro, entonces te queda largo, te arrastra o tienes que estarlo recogiendo y estirando constantemente.

En esta nota incluyo imágenes del modelo que yo usé, las cuáles he tomado de www.kipling.com con intención de ilustrar a lo que me refiero. Esa asa que ven en el extremo, con broche, está a ambos lados y son utilísimas para colgarlas del carrito del bebé.

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Viajar con nenés – Servicios especiales de las líneas aéreas

Cuando se viaja con niños (o con embarazadas) las líneas aéreas suelen ofrecer tratos especiales, para hacernos más cómoda y placentera la travesía. Es importante revisar con cuáles servicios contamos así como las especificaciones para coches, maletas y pañaleras, con el fin de no tener sorpresas de última hora.

Servicios especiales en las líneas aéreas

Acerca del coche del bebé: Algunas líneas aéreas,  solicitan únicamente que el coche a llevar sea “plegable en una sola pieza” y algún peso máximo para poderlo recibir en la puerta del avión. Eso es ideal, porque contaremos con el coche hasta el mismo momento de pasar a sentarnos en el avión, y los peques podrán descansar en él durante la espera. Tanto en American Airlines como en Air Europa he viajado con coche doble, ya que mis nenés son bastante seguidos, y como el coche pliega en una sola pieza, en ambas me lo han recibido en la puerta del avión. Otras aerolíneas solicitan que los cochecitos sean “tipo paraguas” y lo más livianos posible para ofrecer el mismo servicio de recibir el coche en la puerta de la aeronave. Igual, en caso de bebés morochos o muy seguidos siempre se pueden llevar dos cochecitos paraguas y podrán ser aceptados en la puerta del avión sin mayor problema.

Sobre las especificaciones de equipaje: generalmente cuando viajas con bebés, todas las lineas aéreas permiten además del equipaje tradicional llevar una pañalera y el coche. Algunas permiten chequear como equipaje una silla de carro en lugar del coche, y llevar un cochecito paraguas en cabina. Algunas solamente permiten llevar coches paraguas, pero admiten chequear un equipaje de hasta 10kg para el bebé. Es bueno conocer las especificaciones de cada aerolínea desde el principio para podernos organizar mejor. En su mayoría están publicadas (y constantemente actualizadas) en las páginas web de las aerolíneas.
El trato preferencial para viajeros con niños: en la mayoría de las líneas aéreas el abordaje de los grupos familiares que tienen nenés es prioritario. Esto es ideal porque subir al avión entre los primeros pasajeros permite acomodar las maletas de mano y ubicarse en los asientos con mayor comodidad, además de evitarse el tradicional tiempo de espera para abordar.

Ese mes que cambió mi vida

 Cuando nacen los hijos, a uno le cambia la vida. Y la verdad creo que no comprendemos el impacto real de esta frase hasta que tenemos a nuestro nené en nuestros brazos. Cuando mi nena mayor nació, fuimos directo de la clínica a casa de mi mamá. Allí, con todo el amor y paciencia de mi mamá, aprendí la tarea más importante de toda mi vida: hacerme cargo de mi bebé.

Aprendí a discernir sobre muchas cosas que hacía en automático. Así, aprendí a lavarle su ropita con la cantidad exacta de jabón: ni muy poco, para que quedara perfectamente limpia, ni demasiado para que no fuese a quedar sin enjuagar bien. Y no es que nunca hubiese lavado ropa antes, pero la piel de los bebés es mucho más delicada y sensible que la de los adultos. Así que re-aprendí las teorías del lavado y las combinaciones de ciertas piezas y telas.

Aprendí el balance exacto de mi bebé entre mis manos.  Así, aprendí a bañarla. Las primeras semanas lo hacíamos juntos mi mamá, mi papá y yo o mi mami, mi esposo y yo. Con ellos aprendí a convertir mis manos en termómetros, para no quemar la nena ni tampoco hacerla pasar frío. Aprendí a medir con precisión ese poquito de más de calor que debía poner para el agua porque siempre se enfriaría un poco en la tina mientras desvestía la nena para meterla en la bañera. Aprendí también a agarrarla con amor y fuerza simultáneamente, suficientemente apretadita para que no se me resbalara, ni siquiera con el jabón, pero con la delicadeza necesaria para no lastimarla.

Aprendí a hacer las cosas con el máximo detalle y la mayor atención, aunque las hubiera hecho mil veces antes. Así, aprendí a vestirla siempre arropando sus manos con las mías para no doblar ningún dedito sin querer. A usar la cantidad exacta de ropa, dependiendo de la hora y del clima, para que no pasara frío ni calor. Aprendí a cambiarla sosteniendo siempre su cabeza y su cuello con una mano, apoyada en la cuna o en mis piernas, mientras con la otra le colocaba las camisas, los vestidos o los suétercitos.

Aprendí a desarrollar nuevos talentos, como el canto, observados siempre desde el amor más que desde el don del ritmo o la afinación.  Aprendí así a arrullarla con canciones de mi propia autoría, versionadas en tres volúmenes de canto diferente: uno mientras la dormía en mis brazos, otro mientras la dormía en su cuna y otro mientras la paseaba en el coche. El primero mucho más bajo, puesto que estaba pegada a mi pecho; el último el más alto de todos. Y sobretodo aprendí que mi bebé agradecía más la compañía y el amor que le transmitía, que las cualidades vocales de su mamá.

Aprendí a identificar y distinguir cada uno de sus sonidos, incluido su llanto. A escucharlos a distancia o a pesar de cualquier otro ruido que pudiera interferir si no estábamos en la misma habitación en ese momento. Además, aprendí a diferenciarlos con plena seguridad de los ruidos que pudiera emitir cualquier otro bebé.

Aprendí a interpretar su llanto. No era igual el de hambre que el de calor. Y es que cuando yo me angustiaba si la nena lloraba, pensando que algo pudiera molestarle o dolerle, mi mamá sabiamente me hizo comprender que ese era el único lenguaje que la bebé conocía para expresarse en ese momento. Así,  lo más atinado que yo podía hacer era aprender a interpretarlo y a conseguir patrones de llanto según las causas para entenderla mejor.

Aprendí a dormir con un ojo abierto y otro cerrado. Algo que no es posible, con ese perfecto nivel de compromiso que supera cualquier nivel de cansancio, hasta que eres madre o padre. Aprendí a disfrutar de contemplarla mientras la veía dormir. Aprendí a tener una agenda mental perfecta de las horas de cada comida, de cada vitamina, de cada siesta y hasta de cuántos gases iba a botar después de comer.

Aprendí a escucharla moverse en la cuna, y de ahí saber si se estaba volteando, si se estaba desabrigando o si ya estaba sintiendo hambre. Aprendí a convertir mis labios en termómetros de su temperatura corporal, mis piernas en mecedoras, mis brazos en cobijas, mi espalda en escudo para las corrientes de aire, mis ojos en detectores de alergias, mi nariz en medidor de sus olores “normales” o “atípicos” que pudieran prender alguna alarma. Pero sobretodo, aprendí –sin siquiera proponérmelo- a cambiar mis prioridades. El mundo puede caerse a pedazos, mientras mi atención esté centrada en mis hijos el resto pasa a segundo plano.