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Nuestra vida cambia porque nosotras cambiamos

Una de las cosas más increíbles de convertirse en madres (y padres también, por supuesto) es que logramos trascender nuestros propios límites, superar nuestros miedos más arraigados y trabajamos consecuentemente por ser mejores personas. No sé si será que luego de los trasnochos de los primeros meses nuestro cuerpo desarrolla una especie de fortaleza, o si nuestro cerebro re-aprende mucho más allá de que aún con menos horas de sueño podemos lleva una rutina para tener todo controlado… pero ser mamá a mi me cambió la vida completamente.

Yo que siempre fui una persona bastante angustiosa, ya no pierdo el sueño por cosas que realmente no sean relevantes. A mí, que algunas frutas no me encantaban, me sorprendo a mí misma saboreándolas como si fuesen mi plato favorito delante de mis hijos para lograr que les apetezca. Y ni que decir del miedo a los insectos… mi reacción ante ellos ahora está perfectamente controlada aunque me sigan causando un asco tremendo.

Pero la vida no es sólo diferente en casa o con mis hijos, en mi búsqueda de darles el mejor ejemplo posible. Si antes me dolía ver a un nené pasando necesidad, ahora es algo que me quiebra el alma. Si antes las noticias de guerras y refugiados me hacían estremecer, ahora me hacen preguntarme qué se puede cambiar para evitar tanto sufrimiento. Si antes me enfadaba con personas que pensaban radicalmente distinto, ahora me pregunto cómo pudo ser de diferente su niñez y la mía para hacernos tan distintos… sin creer que nadie sea malo o bueno, sólo buscando las raíces de esas diferencias. Si antes admiraba a cada mamá, ahora además soy defensora a capa y espada de tampoco juzgarlas con esa ligereza cotidiana que se hace,  porque cada una tiene una realidad que nosotros ignoramos.

Quizás nuestra vida cambia, porque nosotras cambiamos. Cambia porque miramos el mundo de una forma distinta. Cambia porque nuestras prioridades y nuestra felicidad ahora tienen un matiz diferente. Cambia, pero estoy segura de que es un cambio positivo. Confío en que es un cambio que logra sacar lo mejor de cada una de nosotras y nos lleva a lograr metas que antes de la maternidad a lo mejor nunca hubiéramos considerábamos que éramos capaces de alcanzar.

 

Mamá ¿qué es eso de donar?

Este fin de semana de puente me tomé una tarde para el cambio de armario del nené. Aprovechando que viene el tiempo frío, me dediqué para revisar si todo lo que tiene el niño en sus cajones le sirve y lo usa. Los niños, por norma, crecen súper rápido, pero además yo tengo esa sensación de que mi pequeñín crece demasiado pronto… quizás porque es el único que hasta hace nada me quedaba como bebé. 😉

Así que, en cuanto el pequeño comenzó su siesta, armada de paciencia y con una buena caja me senté en el suelo de la habitación y empecé a revisar los cajones, uno por uno. Separé rápidamente lo que podía quedarse de lo que no, y de este último grupo, lo que estaba en perfecto estado, lo comencé a doblar y organizar en la caja para donar. Cuando tenía algún rato en esto, se me acerca mi hija mayor, que está por hacer seis añazos a finales de año. «¿Qué haces mami?» me preguntó mientras se sentaba a mi lado… «reviso los cajones de tu hermano para donar lo que ya no le sirva princesa» le dije mientras doblaba algunas camisetas… entonces asomó sus hermosos ojos a la caja que ya tenía varias cositas y preguntó: «¿donar? ¿qué es eso de donar mamá?.

En ese momento me fue inevitable darme cuenta cuánto ha crecido mi nena. Ya está lista para que yo pueda explicarle cosas como que hay personas y organizaciones que se dedican a hacer caridad… y que lamentablemente este mundo no es justo, y hay quienes no cuentan con recursos para adquirir las cosas más elementales. Más duro fue explicarle aún que esas familias que pasan necesidades también tienen niños, y seguramente la ropita que su hermano dejaba como nueva podía abrigar a otro pequeño. Le expliqué que, siempre que esté en nuestras manos, es bueno tratar de ayudar a otros. Y que donar no es, bajo ningún concepto, regalar lo viejo o lo roto; donar es darle una segunda oportunidad a esas cositas que tanto nos han gustado y tanto hemos disfrutado.

Al final, a la peque le pareció tan bien el tema de donar, que se quedó conmigo a organizar todo lo que saqué del armario y hasta me ayudó a reunir los juguetes que también podíamos donar. Me pidió que cuando fuese a entregarlo, ella quería acompañarme, porque quería ver la felicidad de otras personas recibiendo esas cositas y me hizo prometerle que el siguiente finde revisaríamos juntas qué podíamos donar de su armario. Cuando terminamos, me dejó muy claro que era consciente de que todo lo que donábamos  debía estar limpio y en excelentes condiciones… aunque también me dejó saber que quizás no fui demasiado precisa al especificar hasta qué niveles puede haber personas pasando necesidad… con esa maravillosa inocencia que quisiera que los niños no perdieran nunca me preguntó:  «mami, cuando vayamos a donar, igual podemos mirar si hay algo que nos sirva a mí y a mi hermanito… ¿verdad? Sólo una cosita o dos mami, porque seguro habrá más niños e igual habrá algunos que no tengan nada nada… ¿vale?».

A veces los papás nos equivocamos sin querer

A veces los papás nos equivocamos sin querer. La verdad es que criar nenés requiere de reflexión y autoexamen. No constante, sino diario. Y como humanos que somos, lógicamente tenemos siempre oportunidades de mejora.

Una de estas tardes en el parque un padre le decía a un pequeño de no más de 4 años: “colócalo bien, así no, colócalo bien”. Estaban frente a la fuente y el peque no atinaba a colocar el cubo correctamente para que el chorrito de agua acertara en el recipiente. El nené miraba a su padre desconcertado, como buscando pistas para entender lo que estaba haciendo mal. Y el padre aún no caía en cuenta de que el nené no tenía la menor idea de cómo “colocarlo bien”.

¿Cuántas veces no nos pasa eso a todos? Obviamente el hombre no pretendía ponersela difícil a su pequeño. Es solo que él ya tiene perfectamente archivado en su cerebro que cuando el chorrito tiene más presión el cubo va más lejos… o que si la fuente está muy alta debe acercar el cubo para que no salpique tanto. Cosas que ahora nos parecen lógicas de más, e incluso tontas, pero que debemos recordar que nuestros peques a lo mejor aún no lo han aprendido porque no han tenido la oportunidad de tanta interacción con esas situaciones como la hemos tenido nosotros.

Ese día recordé que yo solía decir a menudo a mis pequeños cosas como “cuidado”. Mi pequeña, sobretodo, me preguntaba: ¿cómo que cuidado mamá? Y claro, uno dice cuidado porque se siente ante un peligro inminente, pero según la situación puede variar. Cuidado puede significar “no te subas ahí que te puedes caer” o “no botes la pelota aquí porque se puede ir a la calle” o “fíjate en el bache de la acera no te vayas a caer”. Con mis hijos he tenido que reaprender cómo comunicar muchas cosas, buscando ser lo más clara y concisa en mis instrucciones y en mis explicaciones.

Y, la verdad, aunque siempre estoy evaluando cómo decir las cosas, aún se me siguen pasando detalles. De vez en cuando se me escapa un “así no, hazlo bien” o un “mucho cuidado con eso”. No es fácil reaprender cómo comunicarse, porque uno tiene sus frases hechas y las usa muy a menudo… pero estoy convencida de que vale la pena trabajarlo. Lo bueno es que la mirada de mis hijos, buscando pistas sobre la instrucción que les doy, siempre me hace caer en cuenta de lo ambiguo del mensaje e, inmediatamente, trato de explicarme mejor.

Princesas independientes

Foto de Mamás y nenés

Yo no fui una niña princesa con cetro y corona, pero amaba la idea de sentirme como una de tanto en tanto. A veces me ponía vestidos para hacer feliz a mi mamá, porque prefería unos vaqueros para jugar con total comodidad. Amaba las muñecas, pero además de sentarlas a tomar el té las hacía practicar deportes extremos. Si, así como lo leen. Igual me sentaba a peinarlas y cambiarlas de ropa, como les ataba una cuerdita del pie y las lanzaba desde la ventana.

No me gustaban los peinados muy elaborados.  La verdad era una pesadilla eso de que me desenredaran la melena luego de una tarde corriendo libre al viento o, peor, después de una tarde de piscina. Pero me dejaba peinar siempre porque no me gustaba el tema del cabello corto y me encantaban los lacitos. Me gustaba el rosa, claro que sí, pero también el amarillo, el rojo y el azul. No era de armario monotemático ni mucho menos monocromático. Igual me disfrutaba la caravana de las barbies para levarlas al campo, como para sentarme sobre ella cuando estuviera cansada de andar. Cuidaba mis juguetes, claro que sí, pero no era que se me daba muy bien el orden. De hecho, aún el tema del orden es más un deber que otra cosa para mí.

Mi padre, quien solo tuvo niñas, se dedicó a hacernos sentir independientes. A dejarnos explorar toda actividad que nos interesara. En lugar de evitarnos experiencias que pudieran suponernos un riesgo, se dedicó a hacerlas con nosotras. Así, cuando aún no tenía tamaño ni peso para controlar una motocicleta, ya la conducía sola. Claro, en un circuito cerrado, con todas las protecciones y con mi padre –literalmente- corriendo a mi lado. Lo mismo con los karts. Corrí y me estrellé también algunas veces estos bólidos fascinantes. Igual con los caballos, mi padre caminaba a mi lado cuando aprendía yo a montarlos. Él iba incansable a mi derecha, mientas el profesor que me había contratado iba a mi izquierda.

Algo parecido pasó con actividades menos riesgosas pero que no eran tan femeninas por definición. Papá me enseñó a usar un taco de billar. Él me enseñó a jugar bowling. Y cuando ya controlaba bien la bici me llevó a hacer bicicross.

Y ese mismo padre, que la gente muchas veces criticaba por las actividades que hacía con sus hijas, achacándolas a que no había tenido un varón… me compraba películas de proyector y me hacía un cine en casa para que disfrutara de historias de princesas. Y así fue como lloré mil veces con Bambi, era feliz viendo los Aristogatos y amaba el estilo de la Dama, en la Dama y el Vagabundo.

Producto de ello, hoy en día amo tanto unos tacones hermosos como una motocicleta de alta cilindrada. Aprecio tanto una bolsa de diseño o una joya, como un gadget tecnológico. Y hasta si tengo que cambiar una llanta del coche la cambio. Pero si estoy con mi marido, aprecio que no me deje llevar peso, agacharme a recoger algo o que simplemente él saque la basura… ser su princesa me encanta.

Por eso hoy no entiendo del todo cuando se habla de no crear princesas sino mujeres independientes. Vamos, que para mí una cosa nada tiene que ver con la otra. Cuando menos no tienen por qué estar reñidas. Yo, a mis años, alucino con los parques de Disney. Me siento con mi princesa a tomar el té igual que persigo una pelota con mi nené. Yo dejo a mi hija disfrutar de toda la fantasía de las princesas al tiempo que le voy dando herramientas para ser autónoma. Le dejo disfrutar lo bonito de la coquetería al tiempo que le enseño a valerse por sí misma. Por eso si mi nena quiere visitar a una princesa y hacerse una foto con ella, pero vistiendo vaqueros, también lo veo bien.

Quizás la gran preocupación es que el príncipe azul de los cuentos no existe. Y yo tampoco quiero -bajo ningún concepto- que mi hija sueñe con uno que la libere de sus pesares. De sus tragos amargos, que todos los pasamos, va a tener que aprender a reponerse solita. De que esté consciente de eso nos encargaremos mamá y papá. Pero sí deseo que su príncipe terrenal sea un caballero y la haga sentir no sólo una princesa sino toda una reina. La ame como se merece y la consienta. La trate con cortesía, con respeto y con sutileza. Porque no hay que ser estar desamparada para ser princesa… ni mucho menos renunciar a ser una dulce princesa por ser inteligente, independiente y tomadora de decisiones. Ambas cosas pueden convivir perfectamente. Y bien puede disfrutarse de lo mejor de ambos mundos.