
Imagen propiedad de mamás y nenés
A medida que mis hijos van creciendo, más me doy cuenta de lo importante que es hablarles siempre con la verdad. Tanto para que ellos puedan confiar en nosotros, como para nosotros confiar plenamente en ellos. Mi marido y yo, desde que nacieron nuestros nenés, nos hicimos la promesa de siempre decirles la verdad. Y si quizás esa verdad era muy dura, pues no dar demasiados detalles o adaptarlo lo más posible a su edad.
Según van creciendo, la cosa se pone más complicada. Preguntan y vuelven a preguntar. Analizan y al cabo de los días vuelven a preguntar. Así que hemos fomentado de alguna manera ese espacio de conversación, que no siempre es cómodo para mamá y papá, pero que hemos descubierto que les da confianza en nosotros e incluso tranquilidad al poderse anticipar a ciertas situaciones.
Esta semana mi pequeña tenía su revisión de los 6 años. Y en esta oportunidad le tocaban unas vacunas… esas odiosas y temidas vacunas. Así, hace un par de semanas, una tarde mientras merendábamos, le comenté que tendría la revisión y que habría que hacerle un pinchazo en el brazo. Le expliqué que las vacunas son el fruto de investigación de muchísima gente cuyo propósito es prevenir enfermedades y salvar vidas. Le conté que antes las personas se morían por culpa de enfermedades que hoy se arreglan en intervenciones que se hacen todos los días, por lo cual el trabajo de las personas que se dedican a la salud es muy importante para la sociedad.
Mi hija me escuchaba atenta, maravillada por las historias de cómo los doctores han curado a mami y a los abuelos en distintas oportunidades. Pero claro, vino la inevitable pregunta de lo que más le interesaba a ella de aquella charla: «Mami, y eso de la vacuna me va a doler… ¿verdad?». Y yo, convencida de aquel pacto con mi marido sobre la verdad, le dije que sí. Pero rápidamente le expliqué también que ese pinchazo le dolería muchísimo menos que si le asaltara la enfermedad por no tener la vacuna. Y también le dije que a mamá también le dolía tener que darle el pinchazo, pero que lo prefería así precisamente porque la quería muchísimo y su salud (y la de su hermano) eran prioridades en mi vida.
Llegó el día de la revisión y ella estaba encantada de que la recogiera un poco más temprano en el colegio para acudir a la cita médica. Entrando al Centro de Salud me dijo: «tranquila mami, yo sé que la vacuna es por mi bien, sujétame fuerte de la mano y te prometo que seré valiente». Y así, convencida de que era una especie de mal necesario, entró decidida a la consulta. Una vez dentro la pesaron, la midieron, revisaron su espalda, le preguntaron por sus hábitos de comida y por los deportes que practicaba. Cuando le indicaron que podía volver a colocarse el polo, miró a la enfermera y le preguntó: «¿me visto ya o mejor me ponemos primero la vacuna?». La enfermera me miró ojiplática, porque ella en ningún momento había mencionado la vacuna… pero le tranquilicé un poco al decirle que la nena sabía todo lo que iban a hacer y que ella entendía perfectamente que era por su bien. Aprovechando tanta decisión de la nena la enfermera se apresuró a preparar la vacuna y le dijo que se sentara que sería un pinchacito que ni sentiría, pero mi pequeña que cree fielmente en todo lo que sus padres le explican le dijo: «mamá me ha dicho que sí que duele, pero que debo quedarme quieta para que no se dañe ni que haya que repetirla… no se preocupe que ella me sujetará la mano y yo seré valiente, y si se me escapa alguna lágrima tampoco pasa nada».
A decir verdad la pequeña se comportó mucho mejor de lo que yo habría imaginado. Incluso la enfermera nos felicitó a ambas por la madurez de la niña. Y sí, es verdad que ya va madurando y haciéndose mayor, pero yo estoy convencida de que saber el por qué de las cosas, que no se le minimice que ciertas cosas son en efecto desagradables y que no se le engañe ni se le oculte lo que va a suceder, le proporciona herramientas para enfrentarse mejor a situaciones incómodas que a todos nos pueden generar ansiedad. No es fácil manejarse con la verdad, casi nunca es cómodo, y es un trabajo que rinde sus frutos a largo plazo, pero hasta el momento creo que ha merecido la pena.